Voltea el espejo.
Hace unos meses conocí a Virginie Kastel, una reconocida editora con mucha experiencia en arte contemporáneo. Al platicarle sobre mi interés en el arte, le conté sobre unos textos míos que sospechaba que podrían encajar en la Crítica. Ella muy amablemente se ofreció a revisarlos y yo, con algo de pudor, se los mandé.
A la vuelta de dos semanas, nos reunimos en un café para conversar sobre los textos. Me hizo comentarios sobre mi sensibilidad, redacción y propuesta de conceptos. El consejo más relevante de la conversación fue “voltea el espejo”. Me comentó que mis textos eran muy personales, que estaba presentando mi forma de percibir el arte y que estaba tomando el arte como un espejo para entenderme a mí mismo. Me recomendó que usara mis herramientas para voltear el espejo y que el público también se pueda encontrar a sí mismo a través del arte.
El consejo fue quirúrgico. Se trataba de un planteamiento sencillo para generar una crítica de arte verdaderamente útil.
Regresé a mi laptop, retomé uno de los textos y, para mi sorpresa, batallé mucho. Logré completar una de las críticas siguiendo el consejo, pero ya no me gustaba. Ya no podía encontrarme a mí mismo en la reflexión. En ese documento ya sólo estaba el redactor y el profesional capaz de proponer conceptos.
Los textos se quedaron en el congelador. Después de un tiempo le confesé a Virginie que no pude seguir con el ejercicio. Estaba apenado porque no sólo se dio tiempo para leer mis textos, sino que además me dio orientación profesional para mejorarlos. También me di cuenta que lo mismo había hecho con Catalina Restrepo, otra importante especialista que también se dio el tiempo para leer dichos textos y darme sus comentarios. Les debo una disculpa a las dos por no haberle dado el debido seguimiento.
Abandoné la idea de escribir sobre arte hasta el fin de semana pasado que fui al Museo Jumex a ver su último blockbuster. Hice fila de dos horas para recorrer la flamante exposición Apariencia Desnuda, expo que reúne piezas importantísimas de Marcel Duchamp y Jeff Koons.
Pasó lo que sabía que pasaría; un tumulto de gente con celular en mano tratando de sacar la mejor selfie al lado de estas seductoras piezas. No era una sorpresa, los mismo textos de los muros lo dejaban muy claro; se trata de dos artistas que reconocieron la forma seductora de los objetos y los usaron de manera brillante para sus obras.
Mientras paseaba por el museo, trataba de separarme del público. Pensaba, arrogantemente; que ellos no iban a darle valor a las ideas, iban sólo a rendirse ante las formas. Observaba con curiosidad cómo hacían fila antes las piezas de Koons que emulaban inflables metálicos, en las que se pueden lograr selfies espectaculares. Cuando los veía con una sonrisa sacándose la foto, me daba cuenta que su visita al museo no se trataba de las obras ni de los artistas; su visita se trataba de cómo esas obras los hacía lucir a ellos. Las selfies estaban logrando ser imágenes que al compartirlas podrían comunicar “mira qué cosas tan interesantes hago”, “mira en qué invertí este domingo por la mañana”, “mira a dónde llegué antes que tú”, “mira qué inteligente soy”, “mira qué bien se me ve este conjuntito de falda con chamarra de mezclilla al lado de esta bonita pieza de arte”, “mira quién soy”.
Mientras meditaba sobre la emoción del público frente a los reflejos de las piezas de Koons recordé la observación de Virginie, “Voltea el espejo”. Acá lo interesante es que no hacía falta voltear ningún espejo, el espejo estaba ahí literalmente. No era necesario explicar los conceptos de Jeff Koons, ahí había algo que los conectaba directamente, una forma de encontrarse y un vehículo para mostrarse al mundo.
En ese momento también entendí que mis textos sobre arte, incluyendo el texto que estás leyendo ahora, en el fondo los quiero usar para comunicar “mira qué cosas tan interesantes hago”, “mira en qué invertí este domingo por la mañana”, “mira a dónde llegué antes que tú”, “mira qué inteligente soy”, “mira qué bien escribo sobre esta bonita pieza de arte”, “mira quién soy”.
Entendí que no estaba haciendo crítica de arte, estaba haciendo selfies.
Fuera de darme culpa, me uno al gran público al compartir mis selfies en forma de textos, en forma de historias de instagram con las portadas de los libros que acumulo o en forma de cualquier guiño que haga referencia a mi interés en el arte.
Para bien y para mal, este momento de la historia tiene mucho de eso. Tenemos novedosas herramientas para descubrir quiénes somos o, al menos, descubrir quiénes queremos ser a través de lo que decidimos compartir en redes sociales.
Por hoy no voltearé el espejo. Dejaré la crítica para otro momento. Por lo pronto estoy bien con publicar textos que en el fondo son selfies.
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