A jalar.

A jalar.

Cuando conocí a Carlos Lara en un curso que tomamos juntos, no pude advertir el impacto que tendría su trabajo en mis reflexiones sobre la ciudad que ambos habitamos, Monterrey.

Con miedo y admiración me he dado cuenta que esta ciudad no se detiene por nada. Ni las peores noches de balaceras lograban impedir el tráfico matutino de gente que teníamos la voluntad de salir a trabajar y sacar la ciudad adelante. De verdad, la ciudad no ha parado un solo día. 

Vivir aquí implica jalar duro y la obra de Carlos Lara lo presenta de una manera muy clara. 

La obra que presentó en la exposición colectiva Árido Cálido (Las Artes Monterrey 2018), recoge el descanso de trabajadores al intercambiar mecedoras usadas por nuevas, para luego ensamblar una pieza escultórica con todas las mecedoras viejas. La instalación resultaba ser un testimonio del esfuerzo regiomontano, que para rematar, se presenta a sólo unos pasos del Palacio Municipal. Lo encuentro simbólico porque en ese sitio se reunieron tres cartas de amor a Monterrey; la instalación de Carlos Lara, el “Homenaje al Sol” de Rufino Tamayo, y el poema “Sol de Monterrey” de Alfonso Reyes (que es fácil de relacionar con dicha obra de Tamayo).  Vaya forma de meterse al diálogo sobre lo que pasa en esta ciudad. 

En particular, esta pieza destaca porque no es la clásica reflexión del trabajo donde se aborda al trabajador como una víctima del sistema. Estas mecedoras desgastadas, oxidadas, reparadas y decoradas nos hablan de un pueblo cansado pero satisfecho de su esfuerzo.

Desde donde yo lo veo, Carlos Lara apenas comienza su carrera como artista y ya da pasos tan fuertes como para levantar el polvo de las antiguas reflexiones sobre problemas muy revisados.

Me llamo Ernesto.

Me llamo Ernesto.

Extraño a mi hermano.

Extraño a mi hermano.